«Miren que pongo en Sión una piedra de tropiezo y una roca que hace caer; pero el que confíe en él no será defraudado».
Romanos 9:33 (NVI).
El Apóstol Pablo llevaba una carga sobre su espalda y dolor en su corazón dondequiera que iba. Era su preocupación por las personas que no tenían una relación personal con Jesús (Romanos 91-33 -NVI). Todos tenemos cargas. Algunos de nosotros tenemos preocupaciones financieras, algunos tienen preocupaciones emocionales, otros tienen problemas relacionales, algunos tienen preocupaciones físicas y muchos tienen preocupaciones políticas. Pero si somos honestos, ¿cuántos de nosotros podemos decir que tenemos una verdadera preocupación espiritual por las personas que van a pasar la eternidad separados de Dios?
Lo que más le importa a Dios debería importarnos más a nosotros. Cualquier cosa que rompa Su corazón debería romper el nuestro. Y el corazón de Dios está más preocupado por las personas que no conocen a Su Hijo. Pablo es un gran ejemplo para nosotros. No solo tenía un corazón quebrantado por las personas que no tenían a Jesús, sino que su corazón también permaneció quebrantado. La carga nunca lo abandonó. Romanos 9:2 nos dice que su angustia era incesante, lo que significa que nunca se calmó ni tomó un descanso. Su corazón estaba continuamente quebrantado por los perdidos.
La mayoría de nosotros tenemos frío y calor, lo que significa que nuestra preocupación por los perdidos fluctúa. Si escuchamos un poderoso testimonio de alguien que ha llegado a conocer a Jesús, nos emocionamos, pero antes de que nos demos cuenta, las llamas se extinguen y estamos de regreso donde comenzamos hasta que algo más toca nuestras fibras sensibles. Nos vemos atrapados en el ajetreo de la vida y, a menudo, nos olvidamos de lo que realmente importa: las almas de las personas y la gloria de Dios.
El Evangelio debe ser una melodía que no podamos quitarnos de la cabeza. Nuestros corazones deben estar tarareando constantemente esta melodía para que estemos listos para compartir nuestro mensaje de salvación y esperanza con aquellos que Dios pone en nuestro camino todos los días. Nuestro amor por Cristo debe impregnar la forma en que vivimos, saturar las palabras que usamos e infiltrar la forma en que nos relacionamos con las personas.
ES MI ORACIÓN:
“Padre, que el Evangelio se convierta en la música de fondo de mi vida, tocando constantemente en mi corazón mientras vivo cada día. Abre mis ojos a las oportunidades que pones en mi vida para compartir mi fe con otros que necesitan desesperadamente este mensaje de esperanza y gracia. Dame las palabras para decir a través de Tu Espíritu, para que no sea yo, sino Tú quien hable a través de mí. Dame un profundo amor y preocupación por las personas para que no quede demasiado atrapado en mí mismo y pierda la oportunidad de ser usado por Ti de maneras poderosas. En el nombre de Jesús, amén”.
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